La meditación es la experiencia directa de nuestra propia mente. Durante gran parte de nuestra vida experimentamos una serie de pensamientos, emociones y sensaciones que llenan nuestra mente, un fluir de distracciones en constante cambio. Con la práctica de la meditación, lo que hacemos es tomar distancia de este flujo de pensamientos, en lugar de identificarnos con él. Nos convertimos en un observador en lugar de un participante. Y a medida que avanzamos en la práctica, el flujo se convierte en un goteo, que a veces incluso cesa -aunque sólo sea por unos instantes- y nos permite reconocer que la mente aún sigue ahí, aunque los pensamientos no estén. En lugar de distracciones, existe una conciencia clara, tranquila, una sensación de ser en lugar de hacer, de tranquilidad en lugar de confusión.
Quizás la meditación nos suene a entrar en un ligero trance, pero es todo lo contrario: es un estado de alerta serena. Al ser un ejercicio que nos ayuda a liberar la mente de preocupaciones excesivas, nos permite ser más concientes de los demás y más capaces de relacionarnos con ellos de forma afectuosa y compasiva. Al facilitar el desarrollo de la capacidad de concentración, la meditación nos permite afrontar los desafíos de la vida con mayor claridad y ecuanimidad.
Quizás la meditación nos suene a entrar en un ligero trance, pero es todo lo contrario: es un estado de alerta serena. Al ser un ejercicio que nos ayuda a liberar la mente de preocupaciones excesivas, nos permite ser más concientes de los demás y más capaces de relacionarnos con ellos de forma afectuosa y compasiva. Al facilitar el desarrollo de la capacidad de concentración, la meditación nos permite afrontar los desafíos de la vida con mayor claridad y ecuanimidad.
Fuente: Meditación semana a semana. David Fontana
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