"Conócete a ti mismo” era el lema que rezaba en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos. Esa es la gran tarea a la que nos aventuramos como hombres, saber quiénes somos y por qué estamos aquí. La ignorancia es la causa del sufrimiento. El deseo es ignorancia, apego a algo que no se conoce, algo que se proyecta en la mente pero que no se puede materializar. Cuando se materializa, se deja de desear, porque ya se ha obtenido. Es lo que los budistas llaman klesa o pasiones. El que se deja llevar por las pasiones no conoce la realidad, es víctima de su ignorancia. El hombre dionisíaco se ve abocado al abismo de su imposibilidad de autocontrol. El que se conoce a sí mismo sabe que el deseo es una ilusión. El deseo nace del instinto, y hay deseos que son necesarios, como el hambre. Sin ellos no podríamos vivir. Por eso, el sabio conoce sus deseos, no los niega, pero tampoco es víctima de ellos. Desear es estar vivos, sin deseos seríamos como máquinas. Ser conscientes de esta verdad nos hace posible reconocer que, como humanos que somos, compartimos con los animales una naturaleza intrínseca, y no debemos apartarnos de ella. Pero, sin duda, somos algo más que animales. Y he ahí la naturaleza del hombre sabio, aquel que es consciente de sus limitaciones, pero también de sus virtudes.
¿En qué consiste examinarse y observarse así mismo? Es algo muy difícil y muy sencillo al mismo tiempo. Difícil porque requiere cierta voluntad y fácil, porque con esa voluntad ya lo has conseguido. Empieza por descubrir –si aún no lo has encontrado- el Ser Espiritual que hay dentro de ti. Es una parte que todos llevamos dentro, un rincón de nuestro corazón que está esperando a nacer y desarrollarse. Todo cambia dentro y fuera de ti (impermanencia), así que no te esfuerces en querer prolongar un estado cuando de alguna forma llega a ti la alerta del cambio. Es necesario que las cosas pasen de un estado a otro, que tras el silencio se manifieste el sonido o al contrario. No te preocupes, no seas agente sino testigo. Hay un proverbio oriental que dice: “Si tiene remedio, ¿por qué te quejas? Si no tiene, ¿por qué te quejas?”. La aceptación es la base de la virtud, de la sabiduría interior. Como dijo Confucio: “Sólo puede ser feliz siempre el que sepa ser feliz con todo”. Si estás enfermo o pasas por un momento crítico en tu vida, acéptalo, sin más, y aprende del ello. Todo lo que nos ocurre está destinado a favorecer nuestro desarrollo espiritual si sabemos mirarlo con los ojos del espíritu. Todo lo que hacemos en nuestra vida debería ser hecho desde la paz del espíritu, así no crearíamos nuevos conflictos, pero, ¿cómo se llega a ese paz?, ¿cómo conecta uno con su espíritu? Como dije anteriormente, sólo es necesaria la voluntad para hacerlo.
Describiré una práctica muy poderosa.
¿En qué consiste examinarse y observarse así mismo? Es algo muy difícil y muy sencillo al mismo tiempo. Difícil porque requiere cierta voluntad y fácil, porque con esa voluntad ya lo has conseguido. Empieza por descubrir –si aún no lo has encontrado- el Ser Espiritual que hay dentro de ti. Es una parte que todos llevamos dentro, un rincón de nuestro corazón que está esperando a nacer y desarrollarse. Todo cambia dentro y fuera de ti (impermanencia), así que no te esfuerces en querer prolongar un estado cuando de alguna forma llega a ti la alerta del cambio. Es necesario que las cosas pasen de un estado a otro, que tras el silencio se manifieste el sonido o al contrario. No te preocupes, no seas agente sino testigo. Hay un proverbio oriental que dice: “Si tiene remedio, ¿por qué te quejas? Si no tiene, ¿por qué te quejas?”. La aceptación es la base de la virtud, de la sabiduría interior. Como dijo Confucio: “Sólo puede ser feliz siempre el que sepa ser feliz con todo”. Si estás enfermo o pasas por un momento crítico en tu vida, acéptalo, sin más, y aprende del ello. Todo lo que nos ocurre está destinado a favorecer nuestro desarrollo espiritual si sabemos mirarlo con los ojos del espíritu. Todo lo que hacemos en nuestra vida debería ser hecho desde la paz del espíritu, así no crearíamos nuevos conflictos, pero, ¿cómo se llega a ese paz?, ¿cómo conecta uno con su espíritu? Como dije anteriormente, sólo es necesaria la voluntad para hacerlo.
Describiré una práctica muy poderosa.
Cuando estés en la cama –antes o después de dormir- dedica diez o veinte minutos a hacer lo siguiente. Pon la mano izquierda sobre el corazón y la derecha sobre el vientre (estarás actuando sobre los chakras 2º y 4º). Deja libre el pensamiento –la mente en profunda quietud- y céntrate en la respiración, nota cómo entra y sale el aire por las cavidades nasales. Hazlo despacio, como si el aire fuera bañando tu respiración nasal de una profunda y limpia energía, puede hacerse con los ojos abiertos o cerrados. Recuerda, deja libre el pensamiento, céntrate solamente en la respiración, la mente quieta como una roca, inamovible. Al cabo de dos o tres irás notando una profunda paz, un agradable calor en el corazón y en el vientre, estarás conectando con la Energía Universal y la estarás canalizando en tu interior. Dijo San Agustín que “la paz es tal bien que no se puede desear otro mejor ni poseer otro más útil”. Con esta técnica te harás dueño de ti mismo, de tu paz interior. Ese es el primer paso para conocerse a uno mismo: la paz de espíritu.
Fuente: Buscando la paz interior. José Manuel Martínez Sánchez
muy bueno.me recuerda algo que estoy leyendo de gestalt.
ResponderEliminares muy interesante tu pagina, ahora estoy haciendo un cambio en mi vida o reencontrandome, y me ha cido de mucha utilidad gracias
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